Esta leyenda, muy poco conocida por ser
propia de la pequeña ciudad ucraniana de Ovruch, es una de esas leyendas tan
jóvenes (surgió a finales de los noventa) que recién acaba de superar el ámbito
de rumor urbano.
Cuentan en Ovruch que existe un espectro,
un fantasma que algunos han visto penando de madrugada, siempre alrededor de
una iglesia, siempre en noches cuando la soledad ha impregnado los alrededores
del
sitio en que se ha aparecido. Dicen que tiene dedos anormalmente largos,
que viste de negro y que tiene un rostro que evidencia juventud pese a su
monstruoso aspecto: cara aplanada, boca alargada y amplia, un ojo más grande
que el otro y el cráneo deforme, terminado en una puntuda protuberancia sobre
la que cuelga su larga y despeinada cabellera rubia.
Todos los que lo han visto han relatado que
caminaba y caminaba alrededor de la iglesia en que se aparecía; que a veces se
detenía, se arrodillaba y lanzaba unos gritos escalofriantes pues tenía una voz
carrasposa, grave, pero sobre todo empañada por una angustia que hacía pensar
en los torturados del Infierno y matizada por «un algo» indescriptible que
denotaba un odio salvaje y abismal, difícil de encontrar incluso en la peor
escoria criminal.
Pero lo más curioso de todo es que jamás ha
sido visto antes de la una de la madrugada y que siempre, en todas sus
apariciones, no ha habido nadie o prácticamente nadie cerca de la iglesia
elegida. Es como si no quisiera ser visto, como si evitara dar a conocer su
identidad. Además, se cree que sólo se manifiesta cuando no hay luna.
Quienes han tenido el valor de acercársele
han contado que el espectro salía de su abstracción (todos dicen que siempre
estaba como absorto en sus pensamientos), que se volteaba, rugía potentemente,
se tiraba al suelo delante del testigo, miraba hacia arriba con gesto
agonizante y, después de que sus ojos se volvían completamente negros, su
cuerpo translúcido se llenaba de fuego y el espectro desaparecía entre alaridos
de dolor…
Nada cierto se sabe acerca de cómo empezó
todo; no obstante, no más de cinco años tuvieron que pasar desde el inicio de
las apariciones para que una versión sobre su origen se hiciera conocida y
terminase siendo aceptada como real.
En 1986 se dio la famosa tragedia de la
central nuclear de Chernóbil. Fue el accidente nuclear más grave de la
historia: Prípiat y Chernóbil se convirtieron en ciudades fantasmas, 172
pueblos fueron desalojados y unas 90.000 personas tuvieron que ser
redistribuidas por toda Ucrania. Se declaró entonces una zona de exclusión,
unas zonas con control permanente y otras con control periódico, todo dentro
del área afectada por la radiación, área en la cual ciertas localidades, tales
como Ovruch, no fueron lo suficientemente afectadas como para ser desalojadas o
sometidas a controles.
Inmediatamente después de la tragedia de
Chernóbil, unas cuantas familias emigraron a Ovruch en busca de una nueva vida.
Sin embargo, cuentan que a inicios de los noventa una viuda madre de cinco
hijos llegó tras ser haber sido expulsada de Prípiat. En otras palabras, la
mujer y sus hijos habían estado viviendo en Prípiat sin que los controles los
detectaran, lo cual no es muy difícil de creer teniendo en cuenta que, incluso
en la actualidad, existe la leyenda urbana de que en Prípiat vive gente.
Según dicen, al llegar a Ovruch la mujer y
sus hijos fueron conducidos a la casa de un tío, donde llevaron una vida
relativamente normal hasta lo ocurrido a comienzos de 1996. Sólo dos detalles
hacían que su vida no fuera completamente normal: el primero, que nunca se vio
salir a la calle al menor de los cinco hijos, únicamente se vio a los otros
cuatro; el segundo, que de vez en cuando se escuchaban gritos de dolor
provenientes de la casa.
Sin embargo, en cierta fría madrugada todos
los vecinos del barrio se despertaron tras oír gritos en una casa. «¡Los odio,
los odio!», era lo único que todos recuerdan escuchar aparte de unos cuantos
chillidos de angustia, las detonaciones de una escopeta y los «¡Estoy ardiendo!»,
previos a la escena del joven envuelto en llamas que salió a revolcarse en la
acera mientras su vida se apagaba.
Tras venir a la escena, la policía encontró
muerta a la madre, al tío y a los cuatro hermanos del joven, quien al parecer
se había auto-incinerado. La prensa no dio mucha importancia al asunto; nadie
supo con certeza el porqué, simplemente se especuló que había existido presión
policial para que el suceso cayera en el olvido…
Algunos vecinos le habían dicho a la
policía que a veces habían oído gritos de dolor provenientes de la casa.
Alguien incluso afirmó escuchar una vez lo siguiente: «¡Mi cuerpo se quema,
todo es tu culpa, todo es tu culpa por quedarnos en Prípiat, vieja estúpida!».
No obstante, la policía le restó importancia, creyendo que era un simple
individuo en busca de protagonismo. Con todo, lo último que se supo fue que,
según los análisis forenses, no existía gasolina u otro compuesto que
permitiese pensar que el joven se había suicidado auto-incinerándose: al
parecer, era un extraño caso de «combustión espontánea» ligado a lo que los
forenses catalogaron como «alteraciones genéticas».
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