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viernes, 29 de noviembre de 2013
leyenda de la viudita (Bolivia)
Se dice que simplemente, la viudita así en forma simple y sin afijos que añadan o quiten magnitud, calidad y aprecio del sujeto o para decirlo más adecuadamente la sujeta, acá decimos la viudita, no ciertamente con la intención de empequeñecerla o rebajarla, sino como expresión de que pese A todo nos cae simpática y por la razón nos place nombrarla en diminutivo.
Para explicar lo que es, o más bien dicho lo que fue pues hace tiempo dejo de mostrarse, conviene manifestar que no era, acá entre nosotros, el horizonte, pavoroso y fatal de otras partes. Temido, así, pero solo de parte masculina , y entre a esta únicamente de cierta y determinada casta : la de los tunantes de mala fe porque los hay de reparo de conciencia.
Dizque aparecía por acá por allá, siempre sola, a paso ligero y sutil y no antes de media noche, vestía de negro riguroso, falda negras y a la moda antigua pero talle ajustado en el busto, como para que resalten las prominencias pectorales, llevaba en la cabeza un mantón cuyo embozo le cubría la frente y aquello que
podría ser oreja y carrillo.
Nadie le vio jamás la cara cuando encontraba con varón de los comprendidos en su campo de acción y el tal no resistía a sus encantos, ella aceptaba que la acompañase y aun le permitía ciertas liberalidades táctiles. Pero si el apetente le buscaba el rostro en la obscuridad se oponía al intento con rápidos movimientos de cabeza o extendiendo los pliegues del mantón.
Hubiera o no de ir adelante era ella y no él quien señalaba el rumbo con solo dar dirección a los pasos , la despacio nada marcha concluía invariablemente en las afueras de lo entonces poblados, y había parajes por los que, al parecer, tenia predilección: las soledades del tao el islario de la pampa del lazareto la poza de las antas y la cerraron de las riberas del rio Nuevo.
Llevado allí el pescador y presunto conquistador, la viudita se revelaba en su verdadera esencia y actuaba según sus miradas, nada de horrores, desde luego y nada de atrocidades fantasmales, simplemente que el quídam, en estado de alucinación, creyendo ser introducido en acogedoras estancias, lo era en rincones precisamente contrario, empujado por la viudita que seguidamente desaparecía sin dejar rastro.
Cuando ya en las vecindades del día el mal venturado recuperaba el conocimiento, ahí estaba la punzante pringosa e ignominiosa realidad, lo que había visto como suntuosa sala no era sino envejecida ramazón llena de espinas si es que no matorral de pica picas con frisas y cenefas de garabatas, si sobre mullidos colchones y bajo sedeños cobertores había creído acostarse, se encontraba tirado en un barrial y entre aguas no por cierto perfumadas ¡ah, condenada viudita!
Menos mal que aparte de la aprobisa ( pero aleccionadora) ningún otro le había inferido.
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