sábado, 4 de julio de 2020

El Fantasta que Arrojaba Piedras (Bolivia-Perú)


En esta historia, que pasamos a relatar a continuación, volvemos a la crónica del extraordinario explorador inglés, P. H. Fawcett, "A Través del la Selva Amazónica". En esta ocasión, nos cuenta cómo, en 1911, estando en una aldea llamada Curva, cerca de Pelechuco, Bolivia, para delimitar la frontera entre Perú y Bolivia, se encontró con un hombre (un germano-boliviano de nombre Carlos Franck) que le contó una extraña historia en referencia a un fantasma local. Conozcamos el relato de boca del propio Carlos Franck, cuando éste hablaba con Fawcett:
"Viviendo en estos lugares retirados, muy próximos a la naturaleza y lejos de la precipitación y bullicio del mundo exterior, se experimentan cosas que un forastero puede considerar fantásticas, pero que para nosotros son comunes. Le contaré una historia (...) que usted podrá comprobar fácilmente pues ocurrió la semana pasada.

¿Ha observado una choza solitaria, al costado del sendero antes de llegar a Pelechuco? ¿Sí? Pues bien, estaba ocupada por un funcionario de aduanas que vivía solo, acompañado únicamente por un sirviente nativo o pongo, al que trataba terriblemente mal. Era una cosa sorprendente que el pongo permaneciese con él, pero tal vez había una razón que nosotros ignoramos. El caso es que el funcionario sorprendió a su sirviente cometiendo raterías, lo amarró, le pasó una cuerda debajo de los brazos y lo descolgó, desde el puente de piedra frente a su casa, dejándolo justamente sobre la catarata. Se cortó la cuerda y el pongo cayó al rugiente torrente, que lo arrastró hasta la catarata y se ahogó.
Tres noches después, el funcionario estaba sentado en su cabaña, con las puertas y las ventanas cerradas, cuando una piedra golpeó la muralla detrás de él y cayó al suelo. Se levantó alarmado, y por un instante pensó que alguien había lanzado una piedra desde afuera contra la cabaña, pero la piedra estaba allí sobre el piso, en el interior. ¿Cómo pudo haber entrado? Entonces otra piedra, una grande, cayó con estrépito sobre la mesa, e inmediatamente se oyó un ruido de cosas que se hacen añicos al caer una tercera en medio de su loza.
Cogió el rifle y voló a abrir la puerta, listo para disparar a cualquier movimiento que notase en la oscuridad. Su radio visual era bastante limitado, pero apenas tuvo tiempo para volver la cabeza, cuando una piedra lo golpeó en la frente. Tambaleándose, retrocedió, mientras la sangre le afluía de una gran herida, y cerró con estrépito la puerta.
Al día siguiente, vino a mi casa a solicitar ayuda. Juntos bajamos a la choza y me mostró las piedras en el piso; eran guijarros de río del tamaño de su puño. Lo acompañé hasta el atardecer, y en cuanto oscureció comenzó otra vez el lanzamiento de piedras. Parecía que los guijarros venían derechos a través de la ventana con los postigos cerrados, o de la pared delantera e iban dirigidos al funcionario, como si viniesen de gran distancia. Asombrado, y para decir la verdad, asustado, murmuré: "Es el diablo el que está haciendo esto", y en el acto las piedras comenzaron a venir dirigidas a mí. Me fue absolutamente imposible explicar el misterio, y tan increíble es todo, que no espero que usted pueda creer esta parte de la historia. Yo tampoco lo creería, si no me hubiese encontrado allí como testigo ocular.
El funcionario no pudo seguir viviendo allí, y durante tres meses quedó la choza desocupada, pero durante ese periodo, varios aldeanos temerarios bajaron a ella, para presenciar por sí mismos el lanzamiento de piedras, ¡y lo vieron! Puede interrogarlos si gusta. Entonces, sólo en la semana pasada, un calahuaya (gitano andino, y hierbero) visitó Pelechuco y se le pidió que apaciguara al fantasma. Quemó hierbas en el umbral y cantó durante algunas horas inteligentes mantras; después embolsó sus honorarios y se marchó. Desde aquel día no arrojaron más piedras y el funcionario está viviendo allí otra vez".
Las historias de apedreamientos por parte de fantasmas, se encuentran en casi todas las culturas y épocas; su frecuencia es tan insistente, que se podría escribir un libro entero sólo con ellas. El propio Fawcett, nos cuenta más adelante, en su crónica, otra historia de similares características, que le fue referida por el vicario de Jauja, en el Perú central.
"(El vicario) me contó que él fue llamado a ahuyentar un ánima que bombardeaba a un trabajador cholo y a su familia, en una choza en los lindes de la ciudad. Todo había sido golpeado por las piedras y una niñita tenía magulladuras en todo el cuerpo. Lo más extraño era que las piedras lanzadas venían de una distancia considerable, pues eran de un tipo que no se encontraba en un radio de muchas millas de Jauja. El vicario fracasó por completo en poner fin a las apariciones. No sólo estaba atemorizado, sino que se encontraba ante algo no reconocido ni previsto en su religión. Con el tiempo, el fantasma cesó sus actividades y la paz volvió a reinar en la choza. Jamás se pudieron indicar las razones de este extraño suceso".

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