viernes, 23 de agosto de 2013

Leyenda del maiz (Bolivia)



En la región de Kollana vivía una joven pareja, que habían unido sus vidas en matrimonio por el gran amor que sentían el uno por el otro. 

Huayru, el muchacho pertenecía al ayllu de los Chayantas, cuyas armas eran las piedras que eran arrojadas con ondas  

y Sara Chojllu, al ayllu de los Charcas, los cuales usaban lanzas elaboradas artesanalmente como armas para las batallas.
Ambos ayllus se habían unido para defender sus tierras de los colonizadores. 

  Llegado el día de la batalla Sara Chojllu se encargaba de proporcionar las piedras a Huayru,
como era el deber de las valientes esposas de los guerreros, que aun no tenían hijos

 y éste las hacía girar con su honda y las arrojaba contra los enemigos. Cuando ya llegaba el fin del enfrentamiento, junto con el anochecer del día y la victoria para los ayllus,

 por un descuido una flecha lanzada desde el grupo de los Charcas se clavó en el corazón de la bella indiecita, que pálida se despidió de Huayru con una cálida sonrisa de amor. 

 Entonces la batalla continuó con el enfrentamiento de los ayllus, hasta quedar solo unos cuantos. Al final dejando las armas Huayru, acompañado por sus compañeros guerreros cavaron la sepultura para Sara Chojllu. 

 En medio del campo en el que se había realizado la batalla, entre el ayllu de los Chayantas y el de los Charcas depositaron el cuerpo dormido para siempre. 

 Huayru lloró durante toda la noche, sus lágrimas regaron la tumba de Sara Chojllu, mientras los sobrevivientes de ambos ayllus abandonaban el lugar. 

 Al día siguiente sobre la tumba de Sara, brotó una planta nunca antes conocida, que rápidamente se extendió por todo el terreno.

 Al ver la planta Huayru recordaba la imagen de Sara, pues era del mismo color verde de los ojos y las enaguas de la indiecita Sara Chojllu. 

 Además cuando la plantita llegó a la madurez vio como brotaban en sus frutos los cabellos rubios como los de Sara, y el jugo del tallo de la planta era dulce como los besos de Sara y amargo como sus lágrimas de Huayru, quien llamó Sara a tan prodigiosa planta. 

FIN

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