viernes, 25 de octubre de 2013

leyenda de la calle brava (Bolivia)


Esto es del siglo pasado, según acreditan los viejos de buenas memorias, que aman y conservan la tradición pueblerina.
La calle en cuestión gozaba de siniestra fama por los desordenes y turbulencias que en ella sucedía. Aparte de estar montadas allí algunas pulperías donde se despachaba pisco de Cinti y resacao paisano, a todas las horas del día y se habían instalado bodegones en lo que se expendía chicha colla.
Con tales elementos en disponibilidad, los maleantes, ladrones y sinvergüenzas estaban allí a sus anchas
como peces en el agua o loros en maizal. La policía impotente para poner freno a los desmanes. Si algún sereno pretendía imponer el orden los contendientes dejando momentáneamente la gresca, mostraban al guardia del orden público lo publico de la calle y lo quebradizo del orden y el mísero tenia que desandar lo andado e irse con su pito a lugar mas seguro. Y cuándo algún oficial con gente armada y hacia lo que era menester, llevando a los bochincheros a dormir su aguardiente en la cuadrada mas tardaba en cargar con estos que los otros en armar una nueva batalla.
En eso llego un señor con nombramiento de comisario de la policía de seguridad era un sujeto rollizo fornido y con pinta de muy guapo. Apenas enterado de lo que pasaba en la dichosa calle, sacudió los hombros, atuzo el bigote y sentencio severamente: Esas con pavadas lo que pasa es que los tipos de la tal calle no han encontrado aun horma de su zapatos…Ya se las verán conmigo… Me basto yo solo para ponerlos en vereda.
Llegada la noche, metió el revolver en la revolvera, introdujo un laque a lo sesgo del cinturón y salio de la comisaría con rumbo directo a la calle de la siniestra fama. Al día siguiente sus colegas de la guardia fueron a buscarle para saber de la aventura. Lo encontraron poniéndose fomentos y salmueras sobre la frente y las sienes tenia la cara hecha un mapamundi de magulladuras, moretones, chichones, peladuras y araños. Los ojos eran como dos carbones apagados entre hoyos de cenizas y los párpados yacían atirantados como tamboras de camba.
No espero a que le pregunten nada. Apretando parches y arrimando fomentos, murmuro por lo bajo:
¡No hay que hacerle che! … la calle es brava, brava…. Así quedo aquella bautizada como “La calle Brava”

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